Crónicas de Octubre: Relax

Ya hice las paces con Luna. Anoche no durmió en la cama, gracias al cielo, y tras aguantarme toda la mañana sin ni siquiera mirarla, no pude aguantarme más y la llame. Aquí esta, en mis piernas durmiendo, mientras escribo.

Se me olvido contar que llevo dos domingos dándome un homenaje en un Spa. Esta cerca de casa, en un hotel. Yo para estas cosas soy muy cateto, y cuando me dieron un gorro de goma para entrar en la piscina, estuve a punto de salir huyendo.

En la entrada del circuito de relax te indican los pasos a seguir, primero una ducha para quitarte la suciedad, luego a la piscina de actividades: una cascada de agua, una ducha a chorro que te quita hasta las pecas, y presión saliendo de todos sitios. Ya se como se siente un coche en el Lavadero.

Luego sigue una ducha de contrastes, que es aquella que sueles sufrir en casa cuando alguien abre el grifo de la cocina cuando estas dentro del baño. ¿Cómo puede ser bueno eso?

De cabeza a la sauna. Soy un pelin claustrofóbico y me cuesta horrores entrar en ese ataúd de madera caliente. No se me ocurre otra cosa que echar más de medio cubo de agua con eucalipto en las piedras calientes, y el vapor producido casi me quema las orejas, tuve que abrir la puerta para que bajara la temperatura.

Ahora toca la ducha cubo, ¿cubo? Pues si, como en las películas del oeste. Un cubo de madera, colgado del techo con una cadena. Me cago en Jhon Waine y el general Custer! El agua esta helada, o mi cuerpo mas caliente que el cenicero de un bingo.

Así se relaja cualquiera. Hay unas tumbonas de piedra caliente para descansar, y te puedes tomar una infusión. Y allá voy yo, con el periódico y la verdad que el calorcito se agradecía.

Aun queda el Jacuzzi y el baño turco, que es como la sauna, pero con mucha humedad, y no se ve nada. Entré y di los buenos días, y cuando llevaba un rato dentro y la vista se fue acomodando, descubro que no había nadie y que al que salude era un Lavabo, y con muy poca educación porque no me devolvió el saludo.

El final es una ducha escocesa, con esencias y de nuevo alternando el agua caliente y fría. Tras dos horas de remojo, y más arrugao que la bota de un cojo, salí relajado, cansado, muerto de hambre y blanco como Iniesta. Tuve que tomar un café para que me subiera la tensión. Pero la experiencia valió la pena, por eso repetí al domingo siguiente.